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San Agustín

los ángeles á ser bienaventurados, teniendo por objeto una luz inteligible, que respecto de ellos es Dios, y es una cosa distinta de ellos con que son ilustrados para que resplandezcan, y que con su participación son perfectos y bienaventurados. En repetidas ocasiones y distintos lugares afirma Plotino, declarando la opinión de Platón, que ni aun aquella misma que imaginan es el alma del universo es bienaventurada con otra cualidad distinta de la nuestra, y que aquélla es una luz diversa de la otra, por quien ha sido criada, y que iluminándola esta luz inteligiblemente resplandece el alma en el entendimiento: lo cual comprueba con un ejemplo concerniente á las cosas incorpóreas, tomándole de los cuerpos celestiales grandes y visibles, diciendo que Dios es como el sol, y el alma del mundo como la luna: sienten así, por cuanto creen que la luna es iluminada con el objeto ó presencia del sol. Añade, pues, aquel célebre platónico que el alma racional (si acaso debemos llamarla mejor intelectual, de cuyo género entiende que son las almas de los inmortales y bienaventurados, de las que no duda afirmar habitan en los asientos ó tronos del Cielo) no tiene sobre sí otra naturaleza superior sino la de Dios, que crió el mundo, y por quien fué asimismo criada, y que no les viene de otra parte a los soberanos espiritus la vida bienaventurada sino de donde nos viene á nosotros, conformándose en este punto con la doctrina evangélica, donde dice el Señor por boca del Evangelista San Juan (1): «Fué un hombre enviado de Dios, cuyo nombre era Juan; éste vino por testigo para que diese testimonio de la luz, y todos cre.. (1) San Juan, cap. I. Fuit homo missus á Deo, cui nomen erat Joannes, hic venit in testimonium, ut testimonium perhiberet de lumine, ut omnes crederent per illum, non erat ille lumen, sed ut testimo nium perhiberet de lumine. Erat lumen verum, quod illuminat omnen hominem venientem in hunc mundum.