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La ciudad de Dios

yeran por él; no era la luz sino para dar testimonio de la luz. Era la luz verdadera, la cual alumbra á todo hombre que viene á este mundo.» Con cuya diferencia se demuestra bastantemente que el alma racional ó intelectual, cual era la que tenía Juan, no podía ser luz para sí mismo, sino que lucía con la participación de otra verdadera luz: esto lo confiesa también el mismo Juan, cuando testificando de ella dice: Nos omnes de pletudine ejus accepimus: «todos nosotros cuanto hemos recibido, lo hemos recibido de su plenitud.»



CAPÍTULO III

Del verdadero oulto de Dios, de quien, aunque tuvieron noticia como de un criador del univierso, se desviaron de él los platónicos, adorando á los ángeles, ya fuesen buenos, ya fuesen malos, como á Dios.


Siendo cierta é indubitable esta doctrina, si los platónicos y todos cuantos sintieron lo mismo, conociendo á Dios, le glorificaran como á tal y tributaran rendidas gracias por los incomparables beneficios que reciben de su bondad, no hubieran inutilizado sus discursos y raciocinios, no hubieran dado en parte ocasión á los errores del pueblo, y en parte hubieran tenido bastante constancia para oponerse á ellos, sin duda confesaran que así los inmortales y bienaventurados como nosotros, los mortales y miserables, para poder llegar á ser inmortales y bienaventurados debemos adorar á un solo Dios de los dioses, que es nuestro Dios y Señor, y también el suyo.