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La ciudad de Dios

y la otra parte, que está en ellos, nos ayuda y favorece: por cuanto de la Ciudad soberana, donde la voluntad de Dios sirve de ley inteligible é inmutable de la corte soberana, nos vino por ministerio de los ángeles (quienes cuidan en ella de nosotros) el divino oráculo que dice (1): «Que el que sacrificare á los dioses y no lo hiciese solamente á Dios, será desterrado de esta Ciudad.» Este oráculo, esta ley, este precepto, esta conformidad con tantos milagros, no hay duda que nos maniflestan evidentemente á quién quieren los espíritus angélicos y bienaventurados que ofrezcamos nuestros sacrificios, que es únicamente al Dios verdadero, mediante á que nos desean la misma eterna felicidad é inmortalidad, de que están gozando y gozarán por toda la eternidad.



CAPÍTULO VIII

De los milagros con que quiso el Señor, para alentar la fe de las personas piadosas, confirmar sus promesas por ministerio de los ángeles.


Acaso creerá alguno que revuelvo y examino sucesos más remotos de lo que es necesario, si intento referir los estupendos y antiguos milagros que hizo Dios en confirmación de las promesas que muchos millares de años antes había hecho al patriarca Abraham, empeñándole su divina é indefectible palabra de que su generación conseguiría la bendición de todas las naciones. ¿Quién no ha de llenarse de admiración al observar que Abraham procreó á Isaac de su esposa Sara, siendo tan anciana que naturalmente no podía concebir (1) Exodo 22. Sacrificans Diis, eradicabitur nisi Domino soli..