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San Agustín

tan escasamente, que no puede arribar á la inmortalidad y eternidad. Así que, no obstante de que distinga los ángeles de los demonios, diciendo que el lugar que ocupan los demonios es el aire y el lugar etéreo ó empíreo el que corresponde á los ángeles, y aconseje que debe usarse de la amistad de algún demonio para que llevándolos él á sus moradas respectivas pueda cada uno elevarse algún tanto de la tierra después de muerto, y diga que hay otro camino para llegar á gozar de la inefable compañía de los ángeles; sin embargo, afirina expresamente que debe cualquiera cautelarse y huir de la sociedad de los demonios, cuando asegura que las almas, después de la muerte, satisfaciendo sus culpas, abominan con horror el culto de los demonios, que en vida los acostumbraban engañar. Con todo, no pudo negar que la misma theurgia, la cual elogia y recorienda como interesante para conseguir la amistad de los ángeles y de los dioses, negocia con tales potestades, que ellas mismas, ó nos envidian la purgación de las almas, ó se rinden y sujetan á las falaces artes de otros envidiosos, refiriendo latamente la queja de cierto caldeo alusiva á este punto. Quéjase, dice, un buen hombre en Caldea de que se le fustraron las penosas tareas que había sufrido para purificar su alma, habiéndoselas atajado otro en lo mismo, que era poderoso, sólo por envidia, conjurando y ligando las potestades con sus sagradas oraciones para que no le concediesen su petición; luego el uno ligó, dice, y el otro no desligó, con lo cual, añade, se da á entender que la theurgia sirve así para hacer bien como para hacer mal, y que así los dioses como los hombres están sujetos también á la disciplina y padecen las perturbaciones y pasiones que Apuleyo comúnmente atribuye á los demonios y á los hombres, aunque distingue á los dioses de los hombres por la elevación del lugar etéreo