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La ciudad de Dios

cuando el poeta insinúa que no deja forma ni figura que no tome, persiguiéndolas unas veces como enemigo y otras ayudándolas, al parecer, como cauteloso, y ofendiéndolas de todos modos con lo uno y con lo otro.



CAPÍTULO XI

De la carta que escribió Porfirio al egipcio Anebunte, en que le pide le enseñe la diversidad de los demonios.


Con más cordura procedió Porfirio cuando escribió al egipcio Anebunte, en cuyo escrito, como el que pide dictamen, no sólo descubre, sino que destruye asimismo estas sacrilegas artes. Y aunque en él reprueba generalmente á todos los demonios, de quienes dice que por su imprudencia atraen los vapores húmedos, y que no residen en la parte etérea, sino en la aérea debajo de la luna, y en el mismo globo de este planeta; sin embargo, no se atreve & atribuir absoltuamente á los demonios todos los engaños, malicias é imperfecciones que con razón le ofenden; pues á algunos de ellos, siguiendo el sentir de otros escritores, los llama demonios benignos, confesando, no obstante, que, generalmente, todos son imprudentes. Admírase de ver que á los dioses no sólo los sacien y conviden con víctimas, sino que también los compelan y obliguen á ejecutar lo que los hombres quieren; y si los dioses se distinguen y diferencian de los demonios en lo corpóreo é incorpóreo, ¿cómo ha de presumirse que son dioses el sol y la luna y las demás cosas visibles del cielo, las cuales es indudable que son cuerpos? Y si son dioses, como aseguran, suponiendo que unos son benéficos y otros malignos, ¿cómo siendo corpóreos se unen con los incor-