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La ciudad de Dios

ción á los que niegan que Dios, siendo invisible, no hace milagros visibles, mediante á que, conforme á su misma doctrina crió el mundo, del cual no pueden á lo menos negar que es visible. Cualquiera maravilla que sucede en este mundo, sin duda que es de menos entidad que la creación y conservación del mundo, y de cuanto contiene en su dilatada extensión, esto es, es menos que el cielo y la tierra y todo lo que en ellos se contiene, todo lo cual efectivamente lo crió Dios; de que se infiere que así como el que lo hizo es oculto é incomprensible al hombre, así también lo es el modo que observó para la ejecución de tan grande obra. Así que, aun cuando las maravillas de este mundo visible las tengamos en poco por verlas tan de ordinario y con tanta frecuencia, sin embargo, cuando meditamos en ellas con prudencia y dirección, se nos representan mayores que las más inusitadas y raras: pues la formación del mismo hombre, dotado de tantas y tan estimables perfecciones, es mayor milagro que cualquiera otro que se efectúa por medio del hombre: por lo cual Dios, que hizo visibles el cielo y la tierra, no se desdeña de hacer milagros visibles en el cielo y en la tierra, para excitar, como que es invisible, á el alma entregada aún á la contemplación y afición de los objetos visibles, á que le ame de corazón y tribute culto y adoración con el mayor rendimiento. El descifrar el lugar y tiempo donde y en el que Dios ha de obrar portentos tan estupendos y abstractos á las limitadas luces de nuestro entendimiento, es un arcano incomprensible y un negocio ya determinado sahiamente en su divino consejo, sin que pueda alterarse en lo más mínimo; como que en sus previos é idefectibles decretos y providencia están ya presentes todos los tiempos que han de venir, pues este gran Dios, sin moverse temporalmente mueve todas las cosas temporales, y de una misma