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San Agustín

y el pueblo; después, dando siete vueltas con el Arca á la primera ciudad enemiga que encontraron, cuyos ciudadanos, como gentiles, adoraban muchos dioses, repentinamente cayeron en el suelo aus fuertes muros, sin combatirlos ni batirlos con máquinas ni otras invenciones hostiles. En seguida, estando ya en posesión de la tierra de promisión, y viniendo por sus enormes pecados el Arca á poder de sus enemigos, quienes la cautivaron, la colocaron con grande honor y reverencia en el templo de su dios tutelar, á quien entre todos veneraban más, y dejándola así, cerraron el templo, y, abriéndole al día siguiente, hallaron al ídolo que adoraban caído en el suelo y todo quebrado. Conmovidos los idólatras con tan estupendo prodigio, y viéndose vergonzosamente castigados, volvieron el Arca del testamento al pueblo, á quien se la habían tomado; ¿pero de qué modo se hizo la restitución? pusiéronla sobre un carro y uncieron en él dos vacas recién paridas, quitándolas de los pechos sus becerrillos, y de esta manera las dejaron ir libremente donde quisiesen, intentando por este medio expérimentar y probar la eficacia de la potestad divina; pero las vacas, sin tener persona que las guiase ni gobernase, caminando directamente hacia el país de los hebreos, sin hacerlas volver atrás los bramidos de sus ambrientos hijos, pusieron en manos de los que reverenciaban á Dios aquel grande Sacramento de la ley antigua. Estos y otros prodigios semejantes son pequeños, respecto del gran poder de Dios, pero son al mismo tiempo grandes para causar temor saludable, enseñar é intruir á los mortales; porque si los filósofos, especialmente los platónicos, son elogiados por cuanto opinaron mejor que los demás, como ya llevo referido, y enseñaron que la divina Providencia administraba y gobernaba igualmente estos objetos ínfimos y terrenos, fundados en el irrefragable testimo-