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San Agustín

guna, podrá decir también que tampoco hay dioses que cuiden de los mortales, en atención á que ellos mismos no usaron de otro arbitrio para persuadir á los hombres á que los adorasen, sino obrando estupendos prodigios, los cuales refiere igualmente la historia de los gentiles, cuyos dioses pudieron mejor hacer ostentación de admirables que mostrarse útiles. Y así en esta obra, cuyo libro X tenemos ya entre manos, no nos encargamos de convencer y refutar á los que niegan que hay naturaleza divina, ó defienden que no vigila ni cuida de las cosas humanas, sino á los que prefieren y anteponen sus dioses á nuestro Dios, autor y fundador de esta santísima y gloriosísima ciudad, ignorando que este mismo es también el autor y Criador invisible é inconmutable de este mundo visible y mudable, y verdadero dador de la vida bienaventurada, no con los objetos que ha criado, sino con su propia persona: porque su profeta, que profesa una verdad suma, dice expresamente (1): «Mi bien es unirme con Dios», mediante á que el sumo bien de que se disputa y controvierte entre los filósofos es aquel al cual deben referirse para su consecución todos los oficios y operaciones humanas: mas no dijo el real profeta, mi sumo bien o toda mi bienaventuranza es el tener abundancia de riquezas, ó el vestirme de púrpura, ó el empuñar el cetro, ó alcanzar la corona real, ó lo que no tuvieron pudor en proferir algunos de los filósofos, el deleite del cuerpo es mi sumo bien, ó lo que mejor dijeron, como más sensatos y cuerdos, la virtud de mi alma es mi sumo bien, sino para mí (dice) el unirme con Dios es mi sumo bien y toda mi bienaventuranza. Esta célebre doctrina se la enseñó al real profeta aquel Señor á quien nos advirtieron los santos ángeles con el testimonio de los sacrificios legales, que de(1) Salmo LXXII: Mihi autem adhærere Deo bonum est.