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San Agustín

cer el sacrificio visible á otro que á aquel gran Dios cuyo sacrificio invisible debemos ser nosotros propios en nuestros corazones. Y en este piadoso acto, siempre que le ejercitamos nos aplauden, nos dan el parabien, y para esto mismo nos ayudan en cuanto pueden todos los ángeles, y las virtudes que nos son superiores y más poderosas en la misma bondad y piedad. Y si les deseamos ofrecer este honor, no quieren admitirle, y cuando Dios los envía á nosotros en tal conformidad y bajo tales aspectos que advirtamos y percibamos su presencianos lo prohiben expresamente: de esta especie hay muchos ejemplos en la Sagrada Escritura. Opinaron algunos que se debía á los ángeles el mismo honor y culto que se debe á Dios, adorándolos ú ofreciéndoles sacrificio, y advirtiéndoselo los mismos espíritus celestiales se lo vedaron y ordenaron que tributasen esta adoración á aquel Señor á quien sabían que solamente se debía: en cuyo admirable ejemplo imitaron también á los santos ángeles los hombres santos y temerosos de Dios: pues en Licaonia, habiendo milagrosamente sanado San Pablo y San Bernabé á un hombre, los tuvieron por dioses, queriendo los licaonios ofrecerles victimas en sacrificio, y estorbándulo con humilde piedad los santos apóstoles, les anunciaron y dieron noticia del Dios verdadero en quien debían creer; pero los espíritus seductores no por otra causa piden con tanta arrogancia se les tribute este honor, sino porque saben que se debe al verdadero Dios: porque, efectivamente, no gustan, como enseña Porfirio y sienten algunos filósofos, de los olores y perfumes de los cuerpos muertos, sino del honor y culto que se debe á Dios mediante & que en todas partes tienen abundancia de perfumes, y si quisieran más, ellos mismos podrían proporcionárselo. Así que los espíritus que se atribuyen á sí mismos con altivez y soberbia la divinidad, no gustan del