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La ciudad de Dios

humo del cuerpo, zino del alma del que les suplica para enseñorearse de ella, sujetándola y ganándola para sí, cerrándola el camino para llegar á conocer el verdadero Dios, para que no sea el hombre su sacrificio, sacricándose á otro que á este gran Dios.



CAPÍTULO XX

Del sumo y verdadero sacrificio que hizo de sí mismo el mediador de Dios y de los hombres.


Por lo cual el verdadero mediador, que tomando la forma de siervo se hizo medianero entre Dios y los hombres; el hombre Cristo Jesús, aunque admite y recibe en la forma de Dios sacrificio con el Padre, con quien es igualmente un solo Dios verdadero, sin embargo, bajo la forma de siervo, más quiso ser incruento sacrificio que recibirle, para que ni aun por este motivo pensase alguno que se debía ofrecer sacrificio á ninguna especie de criatura humana. Por este sacrificio viene á ser el mismo Dios sacerdote, siendo él mismo que ofrece, y él mismo la oblación, la víctima y el sacrificio. Fué su voluntad divina también que fuese sacramento cuotidiano el sacrificio de la Iglesia, la cual, siendo él cuerpo místico y verdadero de esta misma y suprema cabeza, aprende á ofrecerse á si misma en virtud del mandato de Jesucristo. A este verdadero sacrificio figuran en muchas y en diferentes formas y signos los antiguos sacrificios que ofrecían los santos, figurando ó representando á éste solo por medio de aquellos tantos en número, como si un mismo asunto se dijese por muchas y diferentes palabras, para encargarle y recomendarle más próvidamente, sin que de él