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San Agustín

estado con la resurrección, mostrándonos de paso que la misma muerte, aunque fuese pena merecida por el pecado, la que quiso el mismo Dios satisfacer por nosotros (no obstante de estar indemne del más mínimo pecado), no se debía ejecutar aun cuando se pudiese, pecando; antes, si fuese posible, se debía padecer por la justicia; y por eso pudo, muriendo, perdonar los pecados porque murió, y porque murió no por su pecado. A este no conoció el filósofo platónico como que era el principio, porque le reconociera por purificativo; en atención á que no por es el principio la carne ó el alma humana, sino el Verbo quien fueron criadas todas las cosas. Así que la carne no purifica por sí misma, sino por el Verbo que quiso vestirse de ella, cuando «el Verbo se hizo carns y habitó entre nosotros» (1): porque hablando de la mística comida de su carne, los que no lo habían entendido, ofendidos y escandalizados, se fueron diciendo: «dura es esta palabra, ¿y quién la puede escuchar?» (2) y á los demás que habían quedado les dijo: «el espíritu es el que vivifica; la carne nada aprovecha» (3). Por eso habiendo tomado el principio alma y carne, es el que purifica el alma y la carne de los creyentes: y por lo mismo, preguntándole los judíos quién era, respondió que era principio, lo cual sin duda nosotros, siendo carnales, flacos, sujetos á pecados y envueltos en las tinieblas de la ignorancia, no lo pudiéramos entender si no nos purificara y sanara el mismo Señor por lo que éramos y no éramos, porque éramos hombres, pero no éramos justos, y en su Encarnación hubo naturaleza hu(1) San Juan, cap. I. Verbum cara factum eat, et habitavi in nobis.

(2) San Juan, cap. VI. Durus est hic sermo, equis eum potest audire?: (8) San Juan, cap. VIII. Spiritus est qui vivificat; caro non prodest quidquam.