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La ciudad de Dios

mana, pero era justa, no pecadora. Esta es la mediación con que se dió la mano á los caídos y postrados. Esta es la semilla dispuesta por los ángeles, con cuyos edictos se promulgó la ley que mandó adorar y reverenciar un solo Dios, y prometió que vendría este mediador.



CAPÍTULO XXV

Que todos los santos, asi en tiempo de la ley como en los primeros siglos, se justificaron en virtud del sacramento y fe de Jesucristo.


Asimismo con la fe de este sacramento pudieron purificarse los justos de la antigua ley viviendo santamente, no sólo antes que la ley se diese al pueblo hebreo (porque no les faltó Dios ó ángeles que les predicasen), sino también en tiempo de la misma ley, aunque en las figuras de los ritos espirituales pareciese que las promesas que contenían eran carnales, por lo cual se llama Testamento Viejo; porque hubo entonces también profetas por quienes igualmente que por los ángeles se predicó la misma promesa, y del número de éstos era aquel cuyo dictamen y sentencia tan soberana y tan divina referí poco antes, tratando sobre el fin del sumo bien del hombre: «todo mi bien y mi bienaventuranza es unirme con Dios» (1): en cuyo salmo se declara bastantemente la distinción que hay entre los dos Testamentos que se llaman Viejo y Nuevo, pues por las promesas carnales y terrenas, viendo que los impíos abundaban de ellas, dice que casi se descompusieron sus pies y que estuvo titubeando para caer, como si hubie(1) Salmo LXXII. Mihi autem adhaerere Deo bonum cst.