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La ciudad de Dios

encaminaste por el camino de tu voluntad y ley, y me recibiste y acogiste con mucho honor y gloria»». Como que pertenecen á la siniestra todas aquellas cosas de que, viendo á los impíos con abundancia, casi estuvo para caer: Quid enim mihi est in cælo, et á te quid volui super terram? «Porque ¿qué tengo yo, dice, en el Cielo sin ti, ó qué puedo desear sobre la tierra sino á ti?» Repréndese á sí mismo, y con razón se arrepiente, porque teniendo un bien tan inestimable en el cielo (lo que después conoció), buscó y pretendió en la tierra de la mano poderosa de su Dios una cosa tan transitoria y fragil, y en algún modo una felicidad de lodo: Defecit cor meum, et caro mea Deus cordis mei: «desfalleció, dice, mi corazón y carne, Dios de mi corazón, es á saber, desfalleció con buen desfallecimiento y deseo, aspirando de las cosas inferiores á la posesión de las superiores»; por lo que dice en otro salmo: Desiderat et deficit anima mea in atria domini: «desea y desfallece mi alma por el goce de los soberanos palacios del Señor»; y asimismo dice en otro: Defecit in salutare tuum anima mea: «desfalleció mi alma por tu salud». Sin embargo, habiendo hablado de ambas cualidades, esto es, del desfallecimiento del corazón y de la carne, no añadió Dios de mi corazón y de mi carne, sino Dios de mi corazón, pues por el corazón se purifica la carne; y así dice el Señor: Mundate quæ intus sunt, et que foris sunt munda erunt: «limpiad lo que está dentro, y así lo de afuera estará limpio»». Después llama su parte á Dios, y no algo de él, sino él mismo: Deus cordis mei, et pars mea, Deus in sæcula: «Dios, dice, de mi corazón, ó Dios que para siempre eres mi parte y porción»: porque entre muchas cosas á que se aficionan y escogen los hombres, él quiso elegir á Dios: Quia ecce qui se longé faciunt á te, peribunt perdidisti omnes qui fornicantur abs te: «porque los que se alejan, dice, de ti, perecerán, destruiste á todos