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La ciudad de Dios

su Dios, que lo es nuestro, ni que les ofrezcamos sacrificios, sino que con ellos nos ofrezcamos como verdadero sacrificio al Señor. Así que, sin que pueda haber duda en ninguno que considerare esto libremente sin perversa obstinación, todos los inmortales bienaventurados que no nos envidian (porque si fueran émulos nuestros ya no fueran bienaventurados), sino que antes nos estiman sobremanera y desean que seamos también como ellos lo son bienaventurados, y más nos favorecen y ayudan cuando reverenciamos con ellos á un solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que si veneráramos á estos espíritus angélicos y les ofreciéramos sacrificios.



CAPÍTULO XXVI

De la inconstancia de Porfirio, que anda vacilando entre la 00nfesión de un verdadero Dios y el oulto de los demonios.


No sé cómo en este particular Porfirio, á mi entender, pudo tener empacho y pudor de sus amigos los the urgos, porque los misterios, 6. más bien ridiculaces de estos los comprendió bien, mas no por eso se encargó libremente de la defensa del verdadero Dios contra el culto de muchos dioses falsos; pues, efectivamente, llegó á decir que del número de los ángeles había unos que descendían á la tierra y daban á entender á los prohombres theurgos las máximas y ordenaciones divinas; que en la tierra declaraban los arcanos y atriotros butos que son peculiares del padre, su alteza y su profundidad en las ideas. Pregunto, pues: ¿hemos de creer que esos ángeles, cuyo oficio es patentizar la voluntad del padre, quieren que nos sujetemos y rindamos á 16 Тоио II,