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San Agustín

otro que á aquel Señor cuya voluntad nos anuncian?

Por lo que nos advierte con justa razón el mismo fllósofo platónico, que á éstos antes los debemos imitar que invocarlos. En esta atención no debemos temer el ofender á los inmotales y bienaventurados que reconocen un solo Dios verdadero, por causa de no ofrecerles sacrificios, pues aquel culto que saben que no se debe si no es á un solo Dios verdadero, con cuya inefable unión son bienaventurados, sin duda que no se complacen en que se les atribuya culto alguno, ni por figura alguna significativa ni por el mismo misterio que se significa por los sacramentos, porque tal es la arrogancia propia de los demonios soberbios, altivos y miserables, de la cual se diferencia mucho la piedad de los que reconocen á Dios y de los que son bienaventurados, no por otro motivo sino por la unión beatifica que tienen con este Señor. Y para que con toda claridad comprendamos este sumo bien, se sigue necesariamente que nos hayan de favorecer del mismo modo con benignidad sincera, y que no se arroguen facultad alguna por la que nos sujetemos á ellos, sino que nos prediquen y anuncien á aquel gran Dios, bajo de cuyos auspicios soberanos nos vengamos á unir con ellos en paz.

¿A qué temes todavía, ¡oh filósofo! y no hablas libremente contra las émulas potestades que envidian las verdaderas virtudes, y los dones y beneficios del verdadero Dios? Ya has confesado que los ángeles que nos anuncian la voluntad del Padre son diferentes de los otros ángeles que escienden no sé con qué artificio á los hombres theúrgicos; ¿para qué los tributas honores todavía, diciendo que pronuncian portentos divinos?

¿Y qué cosas divinas declaran realmente los que no nos anuncian la voluntad del Padre? En efecto, ¿son aquellos á quienes el envidioso espíritu ligó con sus conjuros, á efecto de que no practicasen la purificación del