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La ciudad de Dios

alma? ¿Y á quiénes ni el bueno, como tú dices, deseando ellos hacer la purificación, los pudo soltar y poner.los en su potestad? ¿Aún dudas de que éstos son demonios malignos, ó acaso también finges que lo ignoras por no ofender á los theúrgicos, por quienes, engañado con la curiosidad, aprendiste por gran beneficio estas perniciosas abominaciones y desvaríos? ¿Y te atreves á esta émula, no digo potencia, sino pestilencia; no quiero llamarla señora, sino como tú lo confiesas, esclava de los envidiosos y mal intencionados? ¿Te atreves, digo, transcendiendo este aire de la atmósfera á levantarla sobre los ciclos y colocarla en lugar sublime entre vuestros dioses celestiales, y aun á infamar con estas ignominias las mismas estrellas?



CAPÍTULO XXVII

De la impiedad de Porfirio, con que sobrepujó aun el error de Apuleyo.


¿Cuánto más tolerable y humano fué el error de Apuleyo, platónico como tú, quien situando á los demonios solamente en lugar inferior á la luna, aunque honrándolos, sin embargo, voluntaría ó forzosamente, confesó que padecían las flaquezas de las pasiones y perturbaciones del ánimo; pero á los dioses superiores del cielo que pertenecen á los espacios y regiones etéreas, ya sea los visibles que advertía ocularmente, y notaba que con sus brillantes resplandores alumbran todo el mundo, el sol, la luna y los otros luminares celestes, ya sea los invisibles, de quienes entendía que estaban libres del todo de los defectos y sensaciones de las turbaciones del alma, los distinguió y segregó de éstos con toda la