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La ciudad de Dios

su gracia y divino amor por medio del hombre, por quien los mortales pudieran venir á unirse eon aquel Señor que estaba antes tan lejos de los hombres, siendo inmortal de los mudables, siendo inmutable de los impíos, siendo justo de los miserables, siendo bienaventurado. Y porque naturalmen te puso en nosotros un deseo eficaz de ser bienaventurados é inmortales, quedándose él bienaventurado y haciéndose mortal por darnos lo que deseamos, padeció y nos enseñó á menospreciar y no hacer caso de lo que tenemos; mas para que pudieran aquietarse vuestros corazones en la inteligencia de esta verdad, era necesaria la humildad, la cual con gran dificultad se puede persuadir á vuestra dura cerviz: porque ¿qué cosa increíble decimos, especialmente hablando con vosotros, que sentís algunas cosas que son tales, que con ellas os debéis persuadir á vosotros mismos á creer esto? ¿Qué cosa increíble, pues, os decimos, que Dios tomó alma y cuerpo humano, mediante á que vosotros atribuís tanta eficacia á el alma intelectual, la cual sin duda es la humana (que decís) que se puede hacer consubstancial á aquella mente paterna que confesais ser el Hijo de Dios? ¿Qué cosa increible es el que una alma intelectual, por un modo inefable y singular la tomase Dios y juntase consigo para la salud de muchos? Sabemos por la reiterada experiencia de nuestra propia naturaleza que el cuerpo se une y traba con el alma para formar un hombre entero y cumplido, lo que si no fuera muy ordinario y usado, fuera más increíble sin duda que esto; porque más fácilmente se debe creer que se puede juntar, aunque sea lo humano con lo divino, lo mu able con lo inmutable, el espíritu con el espíritu, ó por usar de los términos que vosotros practicáis, con más facilidad puede juntarse lo incorpóreo con lo incorpóreo que lo corpóreo con lo incorpóreo. ¿Por ventura os ofende el inusitado