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San Agustín

nuado, en gran parte se corrigió Porfirio en esta opinión, á lo menos cuando estableció como sentir suyo que las almas de los hombres sólo podían volver á recaer en los cuerpos de los hombres, no dudando dar al través con laa cárceles de las bestias. Dice también que Dios, á este efecto, concedió alma al mundo, para que, viendo y conociendo los males de la materia corporal, acudiese al Padre y no estuviese por más tiempo sujeta al contagio de semejantes dolencias. Cuya opinión, aunque tiene contra sí varios inconvenientes, porque, en efecto, se dió el ánima al cuerpo para que ejecutase operaciones buenas y virtuosas, pues no conociera claramente las malas si no las hiciera; sin embargo, en aquel punto, que no es de poco momento, enmendó la opinión de los otros platónicos, confesando que el alma, purificada ya de todos los males y puesta con el Padre, no ha de volver á padecer ya más los infortunios de este mundo. Con cuya opinión sin duda quitó lo que comúnmente dicen que es especial doctrina de Platón; que así como suceden siempre los muertos á los vivos, así los vivos á los muertos. Demuéstrase por falso lo que conforme al dictamen de Platón parece que insinúa Virgilio, cuando refiere que las almas purificadas iban á los campos Elíseos: con lo cual, como por fábula, parece que significa que los gozos y contentos de los bienaventurados venían á parar en el río Letheo, esto es, en el olvido de las cosas pasadas «para que olvidadas vuelvan otra vez al mundo y empiecen de nuevo á inclinarse á volver á nuevos cuerpos»; con razón descontentó esta sentencia á Porfirio; porque en realidad de verdad es desvarío creer que las almas (desde aquella vida que no puede ser bienaventurada si no es estando cierta de su eternidad) deseen el contagio de los cuerpos corruptibles, y que de allí vuelvan á ellos como si la suma pureza ó purificación