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La ciudad de Dios

fueron criados en él fueron siempre, habiendo sido en todos los tiempos el que los hizo, y con todo, fueron hechos. Pregunto, pues: ¿si el alma fué siempre, hemos de decir también que fué siempre su miseria? Y si comenzó en ella alguna operación en tiempo que no fuese ab æterno, ¿por qué no pudo ser que ella fuese en tiempo sin que antes hubiese sido? Y más que la bienaventuranza de ésta, que después de la experiencia de los males ha de ser más firme y constante y ha de durar para siempre, como este filósofo lo confiesa, sin duda que principio en tiempo, y sin embargo, ¿será para siempre sin haber sido antes? Así que todo el argumento queda disuelto, con el cual entienden que nada puede ser sin fin de tiempo, si no es lo que no tiene principio de tiempo; porque hemos hallado la bienaventuranza del alma, la cual, habiendo tenido principio de tiempo, no tendrá fin de tiempo, por lo cual rfndase la humana flaqueza á la autoridad divina, y sobre la verdadera religión creamos á los bienaventurados é inmortales, que no desean para sí la honra que saben que se debe á sa Dios, que lo es también nuestro, ni mandan que hagamos sacrificios sino sólo á aquel cuyo sacrificio debemos ser nosotros con ellos, como muchas veces lo he referido, y se debe decir frecuentemente para que nos ofrezca aquel Sacerdote que (en la naturaleza humana que tomó, según la cual quiso también ser Sacerdote) se dignó ser por nosotros sacrificio hasta morir.