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La ciudad de Dios

CAPÍTULO III

De la autoridad de la Escritura canónica, cuyo autor es el Espiritu Santo.


Este adorable Señor, nuestro Padre, Criador, conservador y única esperanza en todos nuestros infortunios, habiéndonos hablado primero por los profetas, después por sí mismo, y últimamente por los apóstoles cuanto le pareció conducente, ordenó también una santa Escritura que se llamó canónica, de grande autoridad, á quien damos fe y crédito sobre los importantes dogmas que importa que sepamos, y sobre los que por nosotros mismos no somos idóneos y suficientes á comprenderlos: porque si sabemos sin otro testimonio que el nues tro las cosas que no están distantes ni remotas de nuestros sentidos, así interiores como exteriores (por lo que obtuvieron su peculiar nombre las cosas presentes, porque decimos que están tan presentes, esto es, tan delante de los sentidos como está delante de los ojos lo que cae bajo el sentido de la vista ocular), sin duda que para saber las cosas que están distantes de nuestros sentidos, porque no podemos saberlas por testimonio nuestro, tenemos necesidad de buscar otros enemigos, y á aquellos creemos de cuyos sentidos imaginamos que no están, ó no estuvieron remotas las tales cosas.

Así que á la manera que sobre las cosas visibles que no hemos visto creemos á las personas que las vieron, así en los demás objetos que pertenecen particularmente á cada uno de los sentidos corporales, de la misma manera en las cosas que se alcanzan y perciben con el ánimo y el entendimiento (porque él con mucha propiedad se dice sentido, de donde dimanó el nombre sentencia), quiero decir en las cosas invisibles que están distantes Тоио II.

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