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La ciudad de Dios

que no sabia, sino, ignorante y destituída de razón, la tienen de manera que no la pueden perder, ni aun cuando quieran. Y cuanto tiempo fueron partícipes de aquella sabiduría eterna antes que pecasen, ¿quién bastará á determinarlo? Sin embargo, ¿cómo podremos decir que en esta participación, éstos fueron iguales á aquéllos, que por lo mismo son verdadera y cumplidamente bienaventurados? Porque en ninguna manera se engañan, sino que están ciertos de la eternidad de su bienaventuranza, pues sin ella fueran iguales, y también éstos perseverarán en su eternidad igualmente bienaventurados, porque son igualmente ciertos: pues así como la vida se puede decir vida, entre tanto que durare, no así podrá decirse con verdad la vida eterna siha de tener fin, por cuanto la vida sólo se llamó vida viviendo ó con vivir; pero la eterna, con no tener fin: por lo cual, aunque no todo lo que es eterno es bienaventurado (porque también el fuego del infierno se llama eterno), con todo, ai verdadera y perfectamente la vida bienaventurada no es sino eterna, no era tal la vida de estos bienaventurados, porque alguna vez se había de acabar, y, por lo mismo, no eterna, ya supiesen esto, ya ignorándolo imaginasen otra cosa; porque el temor á los que lo sabían y el error á los que lo ignoraban no los permitían ser eternamente felices. Y si esto no lo sabían, de modo que no estribaban ni conflaBan en cosas falsas ó inciertas, ni se inclinaban con firme determinación á una parte ni á otra acerca de si su bien había de ser sempiterno, ó alguna vez había de tener fin, la misma suspensión y duda sobre tan grande felicidad, no tenía aquel colmo y plenitud de vida bienaventurada que creemos hay en los santos ángeles: porque al nombre de la vida bienaventurada no le queremos acortar y limitar tanto su significión, que sólo llamemos á Dios bienaventurado, quien, sin embargo, de