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La ciudad de Dios

al mismo debemos tener por doctor, y al mismo igualmente para que seamos bienaventurados por dador de la suavidad y gozo interior.

LA CIUDAD DE DIOS



CAPÍTULO XXVI

De la imagen de la Santísima Trinidad, que en cierto modo se halla en la naturaleza del hombre aun no beatificado.


Y todavía nosotros en nosotros mismos reconocemos la imágen de Dios, esto es, de aquella suma Trinidad, aunque no tan perfecta y cabal como es en sí misma, antes sí en gran manera diferentísima, ni coeterna con ella, ni (por decirlo en una palabra) de misma substancia que ella, sino que naturalmente no hay cosa en todas cuantas hizo el Señor que más se aproxime á Dios, la cual aun la debemos ir perfeccionando con la reforma de las costumbres, para que venga á ser también muy cercana en la semejanza: en atención á que nosotros somos y conocemos que somos y amamos nuestro ser y conocimiento. Y en estas tres cosas que he referido no hay falsedad alguna que pueda turbar nuestro entendimiento; porque estas cosas no las atinamos y tocamos con algún sentido corporal como hacemos con las exteriores, como el color con ver, el sonido con oir, el olor con oler, el sabor con gustar, las cosas duras y blandas con tocar; y también las imágenes de estas mismas cosas sensibles, que son muy semejantes á ellas, aunque no son corpóreas, las revolvemos en la imaginación, las conservamos en la memoria y por ellas nos movemos á desearlas, sino que sin ninguna imaginación engañosa de la fantasía, me cons ta ciertamente que soy, y que eso conozco y amo. Acer-