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La ciudad de Dios

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Dios», sino que nos manifiesta también la contemplación y visión beatífica de que gozan los mismos ángeles, cuando dice: Videte, ne contemnatis unum ex pusillis istis. Dico enim vobis, quia angeli eorum in cælis semper vident faciem Patris mei qui in cælis est: «Mirad, no despreciéis uno de estos pequeñuelos, porque os digo que sus ángeles en los cielos están siempre mirando el rostro de mi Padre, que está en los cielos».



CAPÍTULO XXXIII

De las dos compañías diferentes y desiguales de los angeles, que no fuera de propósito se entiende haberlas comprendido y nombrado bajo de los nombres de luz y tinieblas.


Que hubiesen pecado algunos ángeles, y Dios los arrojase á los lugares más profundos de la tierra, que es como una cárcel suya, donde perseverasen hasta la última condenación que ha de verificarse el día terrible del juício, lo demuestra con toda evidencia el príncipe de los apóstoles, San Pedro, por estas palabras: «que Dios no perdonó á los ángeles que pecaron, sino que los arrojó al abismo, donde las tinieblas les sirven de maromas para ser atormentados y tenidos como en reserva para el día del juicio». ¿Quién duda que entre estos y los otros que se conservaron en la gracia del Señor incólumes de todo pecado, hizo Dios una notable distinción, ó con su presencia ó efectivamente por la obra? Supuesto que á nosotros, que vivimos todavía con la fe y estamos aun en la espectativa de igualarnos con ellos (sin tenerla aún) nos llamó ya el apóstol luz (1): (1) San Pablo, ep. á los ephes., cap. V, sit. Fuistis enim aliquamdo tenebræ, nunc autem lux in Domino.