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San Agustín

«fuisteis, dice, alguna vez tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor». Que estos ángeles apóstatas sean designados expresamente con el nombre de tinieblas, lo advertirá el que crea realmente que son peores que los hombres infieles, por lo cual, aun cuando haya de entenderse otra luz en este lugar del Génesis, donde leemos: Dixit Deus fiat lua, et facta est luz, «dijo Dios hágase la luz, y se hizo la luz»; y no obstante de que la Escritura no signifique otras tinieblas, cuando dice: Divisit Deus inter lucem et tenebras, «hizo Dios división entre la luz y las tinieblas»; con todo, nosotros, cuando hayamos percibido que se denota por estas dos angélicas compañías, una que está gozando de la visión intuitiva de Dios y otra que está desesperada por su soberbia, una á quien dice el real profeta (1) «adoradle todos sus ángeles», y otra cuyo príncipe y caudillo atrevidamente dice: «todo esto te daré si te postrares y me adorares»»; una que está abrasada en el santo amor de Dios; otra que está humeando de altivez con el amor inmundo de su propia altura, y porque como insinúa la sagrada Escritura «que Dios se opone á los soberbios y á los humildes da au gracia»; que la una vive y mora en los cielos de los cielos, y la otra, echada y desterrada de ellos, anda tumultuando los corazones de los mortales contenidos en este infimo cielo aéreo; la una vive tranquila y pacífica con la luz de la piedad, la otra camina turbada y borrascosa con las tinieblas de sus apetitos; la una, teniéndolo por conveniente la divina Providencia, nos favorece con clemencia y nos castiga con justicia; la otra se deshace y abrasa de pura soberbia con el insaciable deseo de sujetarnos y hacernos daño; la una es ministra de la bondad divina, para que nos aconseje y notifique todo lo que procede de la (1) Salmo 96. Adorate eum omnes angeli ejus.