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La ciudad de Dios

ducas todas las cosas que produjo, porque no las hizo de sí, sino de la nada. Así que, aunque no sean sumos bienes para los que consideran á Dios por el mayor bien, con todo, son grandes é inestimables aquellos bienes mudables que pueden unirse para ser bienaventurados con el sumo bien inmatable, el cual es en tanto grado bien suyo, que sin él es absolutamente preciso que sean infelices. Tampoco son entre todas las criaturas las mejores las que no pueden ser miserables; ni por eso hemos de decir que todos los demás miembros de nuestro cuerpo son mejores que los ojos, porque no pueden ser ciegos; pero así como es mejor la naturaleza sensitiva, aun cuando está doliente, que la piedra, que no puede en modo alguno padecer dolor, así también la naturaleza racional es más excelente aun siendo miserable que la que carece de razón y sentido, y, por consiguiente, no es susceptible por au naturaleza de aufrir miseria ni infortunio alguno. Siendo esto cierto, realmente que en esta naturaleza, criada con tanta excelencia y adornada de tantas dotes y prerrogativas, aunque sea mudable, sin embargo, uniéndose con el bien inconmutable, esto es, con Dios todopoderoso, puede conseguir la bienaventuranza, y no se completa ni se llene en su indigencia sino siendo bienaventurada, no bastando á llenar sus vacíos otro que el mismo Dios; y así verdaderamente digo que el no unirse con el Señor es un vicio notable en ella: es así que todo vicio es dañoso á la naturaleza, y, por consiguiente, contrario á la naturaleza, luego la naturaleza que se une con Dios no se diferencia de la otra sino por el vicio, aunque con este vicio no deja de manifestar la misma naturaleza cuán noble y cuán excelente sea en su origen; porque donde el vicio con justa causa es reprendiđo, allí sin duda se alaba la naturaleza, mediante á que, una de las justas reprensiones que se dan al vicio es