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La ciudad de Dios

cualquiera infinidad en cierto modo inefable es finita y limitada para Dios, pues no es incomprensible á su ciencia. Y así, si la infinidad de los números para la ciencia de Dios, que la comprende, no puede ser infinita, ¿qué presunción es la nuestra, que siendo unos hombrecillos nos atrevemos á poner límites á au ciencia, diciendo que si unas mismas cosas temporales no vuelven con los mismos circuitos y revoluciones de tiempos, no puede Dios en todas las cosas que ha hecho, ó preverlas para hacerlas ó conocerlas habiéndolas hecho, cuya sabiduría, siendo una y varia, y uniformemente multiforme, ó de muchas formas, con tan incomprensible entendimiento comprende todas las cosas incomprensibles, que si siempre quisiese hacer, por más que se siguiesen cosas nuevas y diferentes de las pasadas, no pudiera tenerlas desordenadas é imprevistas, ni las anteviera de tiempo cercano y próximo, sino que las comprendiera y abrazara en sí con presciencia eterna?



CAPÍTULO XIX

De los siglos de los siglos.


Lo cual, si lo ejecuta así, y si se va trabando entre sí con una continuada conexión y trabazón los que acostumbramos llamar siglos de los siglos, aunque procediendo y discurriendo unos y otros con un ordenado desorden y desemejanza, y permaneciendo, sin embargo, solos los que se libertan de la miseria en su bienaventurada inmortalidad sin fin; ó si se llaman siglos de.siglos, de manera, que se entiendan los siglos que permanecen en la sabiduría de Dios con una inmoble es-