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La ciudad de Dios

vuelven unos mismos no tienen aquí lugar, á las cuales especialmente confunde y convence la vida eterna de los santos.



CAPÍTULO XX

De la impiedad de los que dicen que las almas que gozan de la sume y verdadera bienaventuranza, han de tornar á volver una y otra ves por los circuitos de los tiempos á las mismas miserias y aflicciones pasadas.


¿Y qué católico temeroso de Dios ha de poder oir que después de haber pasado una vida con tantas calamidades y miserias (si es que merece nombre de vida ésta, que con más razón puede llamarse muerte tanto más grave, que, por amarla, tememos la muerte que de ella nos libra) que después de tan horrendos males, tantos y tan horribles y purificados ya y rematados finalmente por medio de la verdadera religión y sabiduría, así lleguemos á la presencia de Dios, y así nos hagamos bienaventurados con la contemplación de la luz incorpórea (participando de aquella inmortalidad inmutable, con cuyo amor y deseo de conseguirla vivimos) que nos sea preciso al fin dejarla en algún tiempo, y que los que la dejan, derribados ó privados de aquella eternidad, verdad y felicidad, se vuelvan á enlazar en la mortalidad infernal, en la torpe demencia y abominable miseria en donde vengan á perder á Dios, donde aborrezcan la verdad, donde, por medio de los detestables vicios, vengan á buscar la bienaventuranza; y que esto haya sido y haya de ser una y otra vez sin ningún fin, por ciertos intervalos y dimensiones de los siglos que han sucedido y sucederán, y esto para que Dios pueda tener noticia exacta de sus obras en ciertos