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San Agustín

y limitados circuitos que van y vuelven constantemente, discurriendo por nuestras falsas felicidades y verdaderas miserias, que lo son efectivamente, aunque en ellas se observa una varia alternativa; pero en la revolución incesable, sempiterna, porque no puede cesar de hacer, ni con su ciencia comprender las cosas que son infinitas? ¿Quién puede escuchar esta doctrina? ¿Quién darla crédito? ¿Quién puede sufrírla? Que si fuese verdad, no sólo con más cordura se pasara en silancio, sino también (por decir según mi posibilidad lo que siento) fuera prueba de más sabiduría el no saberlo; pues si en la eternidad no hemos de tener memoria de estas cosas, y por eso hemos de ser bienaventurados, ¿por qué razón aquí, con la noticia que tenemos de ellas, se nos agrava más esta nuestra miseria? Y si en la vida futura necesariamente las hemos de saber, á lo menos no las sepamos en la presente, para que aquí sea más dichosa la esperanza que allá el gozo y posesión del sumo bien; supuesto que aquí esperamos conseguir la vida eterna, y allá sabemos que hemos al fin alguna vez de perder la vida bienaventurada, aunque no eterna; y si dijesen que ninguno puede llegar á aquella bienaventuranza si en la escuela de esta vida no hubiere conocido estos circuitos y revoluciones, donde alternativamente suceden la bienaventuranza y la miseria, ¡cómo, pues, confiesan que cuando uno más amare á Dios, tanto más fácilmente llegará á la bienaventuranza, los que enseñan doctrinas con que se entibie y enfríe este amor? Porque ¿quién habrá que no ame más remisa y tibiamente á quien sabe que necesariamente ha de venir á dejar, y contra cuya verdad y sabiduría ha de sentir, y esto cuando con la perfección de la bienaventuranza hubiere llegado, según su capacidad, á tener plena y cumplida noticia de su verdad y sabiduría, mediante á que ni á un hombre amigo puede uno amar fielmente