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La ciudad de Dios

ai sabe que ha de venir á ser su enemigo? Pero Dios nos libre de creer que sea verdad esto que nos promete y amenaza con una verdadera miseria que nunca ha de acabarse; aunque con la interposición de la falsa bienaventuranza, muchas veces y sin fin se ha de ir interrumpiendo; porque ¿qué cosa puede haber más falsa y engañosa que aquella bienaventuranza donde estando en la misma luz de la verdad, ó no sepamos que hemos de ser miserables, ó estando en la cumbre de la suma felicidad, temamos que lo habremos de ser? Porque si allá hemos de ignorar la calamidad que nos ha de sobrevenir, más sabia es acá nuestra miseria, donde tenemos noticia individual de la bienaventuranza que hemos de gozar. Y si allá no se nos ha de esconder la miseria que esperamos, con más felicidad pasa su tiempo el alma miserable, pues en pasando su tiempo ha de subir á la bienaventuranza, que la bienaventurada, pues en pasando el suyo ha de volver al estado de la miseria. Y así la esperanza que hay en nuestra desdicha será dichosa, y desdichada la que hay en nuestra felicidad, por lo cual se deduce que supuesto que aquí padecemos los males presentes, y allá tememos los que nos amenazan y aguardan, con más verdad seremos siempre miserables, que alguna vez bienaventurados. Pero por cuanto esta doctrina es falsa y maniflestamente contraria á la religión y á la verdad, porque, efectivamente, nos promete Dios aquella verdadadera felicidad, de cuya seguridad estaremos siempre ciertos, sin que la interpole ó interrumpa ninguna desdicha, sigamos el camino recto que para nosotros es Jesucristo, y auxiliados de este inclito caudillo y salvador, enderecemos las sendas de nuestra fe y desviémonos de este vano y absurdo círculo de los impíos. Porque si el platónico Porfirio no quiso seguir la opinión de los suyos acerca de estas revoluciones, idas y venidas alternati-