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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XXIII

De la naturaleza del alma del hombre, criada á la imagen y semejanza de Dios.


Crió Dios al hombre á imagen y semejanza suya, porque le crió una alma de tal calidad, que por la razón y el entendimiento fuese aventajada á todos los animales de la tierra, del agua y del aire, que no tendrían otra tal mente, y habiendo formado al hombre del polvo ó limo de la tierra, y habiéndole infundido una alma, como dije, ya la hubiese hecho y se la infundiese soplando, ya, por mejor decir, hiciese soplando, y queriendo que aquel soplo que hizo soplando (porque ¿qué otra cosa es soplar sino hacer soplo?) fuese el alma del hombre, también le crió una mujer para su compañía y auxilio en la generación, sacándole una costilla del lado, obrando como Dios: porque no hemos de imaginar esto al modo común de la carne, como vemos que los artífices fabrican de cualquiera materia cosas terrenas con los miembros corporales lo mejor que pueden con la industria de su arte: la mano de Dios es la potencia de Dios, el cual, aun las cosas visibles las obra invisiblemente; pero estas cosas las tienen por fabulosas más que por verdaderas los que miden por estas obras ordinarias y cuotidianas la virtud y sabiduría de Dios, el que sabe y puede también sin semilla criar la misma semilla; pero las que primeramente crió Dios, porque no las entienden ni saben, las imaginan infielmente, como si estas mismas cosas que saben y entienden acerca de las generaciones y partos de los hombres, contándolas á los que no tienen experiencia de ellas ni jas saben, no se les hiciesen más increíbles: aunque hay muchos que estas mismas las atribuyen antes á las cau-