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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XXV

Que la naturaleza y forme de todas las criaturas no se hace sino por operación divina.


Porque habiendo dos especies de formas, una que se da exteriormente á cualquiera materia corporal, como son las que fabrican los alfareros y carpinteros y otros artífices semejantes, que forjan y hacen figuras y formas parecidas á los cuerpos de los animales, y otra que interiormente tiene sus causas eficientes, que sabe el secreto y oculto albedrío de la naturaleza que vive y entiende; la cual, no sólo hace las formas naturales de los cuerpos, sino también las mismas almas de los animales al nacer: la primera forma se puede atribuir á cualesquiera artífices, pero esta otra no, sino solamente á Dios, criador y autor de todas las cosas visibles é invisibles, que crió al mismo mundo y á los ángeles sin ningún mundo y sin ningunos ángeles: porque con aquella virtud divina, y por decirlo así, efectiva, que no sabe ser hecha, sino hacer, con que recibió su forma cuando se hizo el mundo, la redondez del cielo y la redondez del sol; con la misma virtud divina y efectiva, que no sabe ser hecha, sino hacer, recibió forma la redondez del ojo y la redondez de la manzana, y las demás figuras naturales que vemos se acomodan' á todas las cosas que nacen, no extrínseca mente, sino por virtud y potencia intrínseea del Oriador, que dijo (1): «Yo tieno el cielo y la tierra, y soy aquel cuya sabiduría toca de fin á fin con fortaleza, y con suavidad dispone todas las cosas». Y así no sabré decir (1) Geremias, cap. XXIII, et Sapient, cap. VIII, ajunt.

Caelum et terrum ego impleo, et cujus sapientia attingit á fine usque ad finem fortiter, et disponit omnia sutviter.