Página:La ciudad de Dios - Tomo III.pdf/10

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
8
San Agustín

CAPÍTULO III

Si la muerte, que por el pecado de los primeros hombres se comunfoó á todos los hombres, es también en los santos pena.


del pecado, Pero se ofrece una dude que no es razón omitirla: si realmente la muerte, con que se dividen el alma y el euerpo, es buena para los buenos. Porque si es así, ¿cómo podrá defenderse que ella sea también pena del pecado? Pues no incurrieran en ella seguramente los primeros hombres si no pecaran; ¿y de qué manera podrá ser buena para los buenos la que no pudo suceder sino á los malos? Y, por otra parte, si no podía suceder sino á los malos, ya no podía ser buena para los buenos, sino ninguna; ¿pues para qué había de haber pena donde no había que castigar? Por lo cual hemos de confesar que, aunque Dios crió á los primeros hombres de suerte que si no pecaran no incurrieran en ningún género de muerte, sin embargo, á estoa que primeramente pecaron de tal conformidad, los condenó á muerte, que todo lo que naciese de au descendencia estuviese también sujeto al mismo castigo, mediante á que no había de nacer de ellos otra cosa de lo que ellos habían sido, porque la condenación por la gravedad de aquella culpa empeoró la naturaleza de tal conformidad, que lo que precedió penalmente en los primeros hombres que pecaron, eso mismo siguiese como naturalmente en los demás que fuesen naciendo, en atención á que no se formó el hombre de otro hombre, así como se formó el hombre del polvo, porque el polvo para hacer al hombre sirvió de materia; pero el hombre para engendrar al hombre sirvió de padre, y no es lacarne lo que es la tierra, aunque de la tierra se hizo la