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La ciudad de Dios

obedeciese de todas maneras y por todas partes & nuestra voluntad; pero, á la verdad, padece algunas cosas la carne que no la dejan servir. ¿Qué importa en lo que esto consiste con tal que por la justicia de Dios, que es el Señor, á quien siendo sus súbditos no quisimos servir, nuestra carne, que fué nuestra súbdita, no sirviéndonos, nos sea molesta? Bien que nosotros, no sirviendo á Dios, pudimos hacernos molestos á nosotros y no á él, porque no tiene el Señor necesidad de nuestro servicio, como nosotros del de nuestro cuerpo, y así es nuestra pena lo que recibimos, no suya; lo que hicimos, y los dolores que se llaman de la carne, del alma son en la carne y por la carne. Porque la carne ¿de qué se duale por sí sola? ¿Qué desea? Cuando decimos que desea ó se duele la carne, ó es el mismo hombre, como anteriormente dijimos, ó alguna parte del alma que excita la pasión carnal, la cual afección, si es áspera causa dolor, si suave deleite; pero el dolor de la carne sólo es una ofensa del alma que procede de la carne, y un cierto desavenimiento de su pasión ó apetito; como el dolor del alma que llamamos tristeza es un desavenimiento de las cosas que nos suceden contra nuestra voluntad. A la tristeza las más veces la precede el miedo, el cual también está en el alma, y no en la carne; pero al dolor de la carne no le precede un cierto miedo de la carne que antes del dolor se sienta en la carne. Al deleite le precede un cierto apetito que se siente en la carne, como un deseo suyo, por ejemplo, el hambre y la sed, y el que en los miembros vergonzosos más comúnmente se llama libido, siendo éste un vocablo general para designar todos los apetitos: porque aun la ira, dijeron los antiguos que no era otra cosa que libido, ó un apetito de venganza, aunque á veces también el hombre se enfada y enoja con las cosas inanimadas, donde no hay sentido alguno de venganza, de