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San Agustín

CAPÍTULO XVII

De la desnudez de los primeros hombres y de cómo, después que pecaron, les pareció torpe y vergonzosa.


Con razón nos avergonzamos de este apetito y con razón también los mismos miembros que, por decirlo así, lo alientan ó refrenan no del todo á nuestro albedrío, se llaman vergonzosos; lo cual no fueron antes de que pecara el hombre. Porque, como dice la Escritura: Nudi erant, et non confundebantur, «estaban desnudos y no se avergonzaban; no porque dejasen de ver su des—nudez, sino porque ésta no era aun vergonzosa; porque ni los órganos de la generación movían el deseo fuera de su albedrío, ni en manera alguna la carne con su inobediencia daba en rostro al hombre acusándole de la suya.

No crió Dios ciegos á los primeros hombres, como piensa el necio vulgo, porque Adán vió los animales á quienes puso los nombres, y de Eva dice el Evangelio: Vidit mulier, quia bonum lignum in escam, et quia placet oculis ad videndum, «vió la mujer que era buena la fruta del árbol y agradable á la vista». Tenían, pues, los ojos abiertos, pero no atendían y miraban de manera que conociesen lo que la gracia les encabría, cuando sus miembros ignoraban lo que es desobedecer á la voluntad. Al faltar esta gracia, para que la inobediencia fuese castigada con pena recíproca, hallóse en el movimiento del cuerpo una desvergonzada novedad, que convirtió en indecente la desnudez y los dejó vergonzos y confusos.

De aquí que, después que quebrantaron al descubierto el mandamiento de Dios, diga de ellos la Escritura: Et aperti sunt oculi amborum, et cognovero quia nudi erant, et consuerunt folia fici, et fecerunt sibi campestria, «y se