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La ciudad de Dios

nión bestial encaminada á suprimir el pudor, alegando que, por ser legitimos los actos de la procreación entre marido y mujer, no debe inspirar vergüenza realizarlos públicamente en cualquier parte, hasta en las calles ó en las plazas. El pudor natural, sin embargo, ha podido más que esta opinión. Porque aun cuando han escrito que hizo esto Diógenes con arrogancia, gloriándose de ello y pensando que sería su secta más famosa si quedara arraigada en la memoria de las gentes esta famosa desvergüenza suya, con todo, después desistieron de esto loa cínicos, y más pudo en ellos la vergüenza y el respeto que mutuamente se deben los hombres, que el error y el disparate conque los hombres afectaban ser semejantes á los perros. Por lo cual entiendo que aquel ó aquellos de quienes se refiere que hicieron tal cosa, hicieron ostentación y dieron á entender á los ojos de los que no sabían lo que se encubría debajo del palio filosófico, que ejercitaban aquellos actos torpes, pero sin conseguir por completo aquel deleite á vista de los hombres; porque estos filósofos no tenían vergüenza de aparentar que querían echarse torpemente con la mujer en parte donde el mismo apetito torpe ae avergonzaría de levantarse. Ahora también vemos filósofos cínicos, porque lo son todos los que no sólo visten el palio, sino llevan también su báculo; pero ninguno se atreve á hacer tal cosa, porque si alguno se atreviera, no diré que le apedrearan, sino que por lo menos, á puro escupirle, le echaran del mundo.

Así, pues, la naturaleza humana se avergüenza, y con razón, de este apetito torpe que sujeta los órganos genitales á su albedrío, apartándolos de la jurisdicción de la voluntad, y esta inobediencia prueba claramente el pago que se dió á la inobediencia del primer hombre; cosa que principalmente convino se echase de ver en aquellas partes de donde resulta la generación de la TOMO III, 8