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San Agustín

misma naturaleza, que se mudó y empeoró con aquel primero y gravisimo pecado de cuyos lazos nadie puede escapar, si lo que se cometió en perjuicio y daño de todos, estando todos en uno, y lo castigó la divina justicia, no lo perdona á cada uno de por sí la divina gracia.



CAPÍTULO XXI

De la bendición que echó Dios al hombre antes del pecado para que creciese y se multiplicara, no destruida por la prevaricación, y de cómo adquirió el hombre el apetito sensual.


No creamos en manera alguna que los dos casados que estuvieron en el Paraíso habrían de cumplir por medio de este apetito sensual que les llenó de vergüenza hasta hacerles cubrir los órganos genitales, lo que en su bendición les dijo Dios: Crescite et multiplicamini, implete terram. «Creced y multiplicaos y henchid la tierra», porque este torpe apetito nació después del pecado, y después del pecado, la naturaleza, que no es deshonesta, al perder la potestad y jurisdicción bajo la cual el cuerpo en todas sus partes le obedecía y servía, echó de ver este apetito, lo consideró, se avergonzó y lo cubrió.

Pero la bendición del matrimonio para que los casados creciesen, se multiplicasen y llenaran la tierra, aunque quedó también para los delincuentes, siendo anterior á su falta, quedó para que se conociese que la generación de los hijos es cosa que toca á la honra del matrimonio, y no á la pena del pecado.

Algunos que ignoran sin duda la felicidad que hubo en el Paraíso, creen que no se pudieron engendrar hijos