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La ciudad de Dios

sino del modo que ellos han experimentado, esto es, por el apetito torpe de que vemos se avergüenza aun la misma honestidad del matrimonio. Otros no aceptan totalmente la Divina Escritura, donde se lee que, después del pecado, se avergonzaron de verse desnudos y cubrieron sus órganos genitales; y, como infieles, se ríen de ella. Otros, aunque aceptan y honran la Escritura, no quieren, sin embargo, que se entienda la frase Crescite et multiplicamini, «creced y multiplicaos» en el sentido de la multiplicación de la carne, porque encuentran otra que se refiere á la multiplicación del espíritu: Multiplicabis in ánima mea virtutem, «multiplicarás y acrecentarás en mi alma la virtud y fortaleza», y en lo que continua diciendo el Génesis: Et implete terram, et dominamini ejus, «y henchid la tierra y sed se—.

ñores de ella», entienden que la palabra tierra quiere decir el cuerpo que anima el alma con su presencia y que domina y sujeta cuando las virtudes se multiplican en ella. Pero añaden que los hijos carnales, ni aun entonces los pudieron engendrar, como tampoco ahora pueden, sin el torpe apetito que nació, se vió, se confundió y se cubrió después del pecado; y que dentro del Paraíso no engendraron los hijos, sino fuera de él, como así sucedió; porque después que los echaron de allí, juntáronse para la generación de los hijos y los engendraron.



CAPÍTULO XXII

De cómo Dios ordenó y bendijo la copula del matrimonio.


Pero en manera alguna dudamos nosotros que el crecer y multiplicar y henchir la tierra conforme á la bendición de Dios, es don del matrimonio que instituyó