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La ciudad de Dios

les que mueven la piel que les cubre, sólo en aquella parte en que sienten algo que les incomoda, y no en las demás, ahuyentando así las moscas que se les paran y hasta haciendo caer los dardos que les clavan. No pue de hacer esto el hombre, pero ¿acaso no pudo concederlo el Criador á los animales que quiso? Posible fué al hombre dominar á su voluntad sus órganos genitales, facultad que perdió por su inobediencia; porque no era difícil á Dios criarle de manera que no se moviera en su cuerpo sino por su voluntad lo que ahora no se mueve sino por su apetito. Hallamos también en algunos hombres propiedades muy diferentes de las que tienen los demás, propiedades que por su rareza son admirables, haciendo voluntariamente con su cuerpo cosas que otros en manera alguna pueden hacer, y que, oyendolas, apenas las creen; porque hay algunos que mueven las orejas, ó cada una de por sí ó ambas juntas; otros que, sin mover la cabeza, atraen á la frente la piel cabelluda y la retiran cuando quieren; otros que de muchas y varias cosas que comen en cantidad increíble, palpando un poco el estómago, sacan de él lo que quieren, como quien saca objetos de un saco; otros imitan los cantos de las aves ó las voces de los animales y de los hombres, tan perfectamente, que, si no se les vé, es imposible notar la diferencia; otros por abajo, sin vergüenza alguna, ventosean aonora y numerosamente á su albedrío, tanto, que parece que cantan por aquella parte. Yo mismo he visto que sudaba un hombre cuando quería; y cosa notoria es que algunos, cuando quieren, lloran y derraman abundantes lágrimas. Lo más increíble, aunque recientemente lo han visto muchos hermapos nuestros, es que había un clérigo presbítero, llamado Restituto, en la parroquia y distrito de la iglesia Calamense, que cuando quería (y rogábanle que lo hiciese los que deseaban ver por sus ojos aquella ma.