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San Agustín

ravilla), al oir las vocea fingidas de cualquier hombre que se dolía y lamentaba, de tal manera perdía los sentidos y tan como muerto quedaba tendido, que no sólo no sentía que le movieran y punzaran, sino que algunas veces le quemaban con fuego sin que experimentase dolor alguno, salvo el que después le producía la llaga. La inmovilidad de su cuerpo no era por voluntaria resistencia, sino por insensibilidad, lo cual se advertía porque, como en cuerpo muerto, no se le notaba aliento. Decía, después de volver en sí, que cuando los presentes hablaban alto, oía las voces como desde lejos.

Sirviendo, pues, ahora maravillosamente el cuerpo, fuera del uso natural, en muchos movimientos y afectos á algunas personas, aun en esta vida trabajosa y corruptible, ¿qué razón hay para que no creamos que antes del pecado de la inobediencia y de la pena de la corrupción los miembros humanos pudieron servir y obedecer á la voluntad humana sin ningún apetito torpe para la procreación de sus hijos? Entregó Dios al hombre á sí mismo, porque el hombre dejó á Dios, por amarse á sí mismo. No obedeciendo á Dios, tampoco pudo obedecerse á sí propio, y por ello vino á aer más evidente la miseria, porque el hombre no vive á su gusto. De vivir como quisiera, tuviérase por bienaventurado, y ni aun así lo fuera si viviese torpemente.



CAPÍTULO XXV

De la verdadera bienaventuranza, la cual no se consigue en la vida temporal.


Si lo consideramos con madura reflexion, ninguno sino el que es feliz vive como quiere, y ninguno es bienaventurado sino el justo; y ni aun el mismo justo vive