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La ciudad de Dios

bros se movieran al albedrío de la voluntad como los demás; y sin ningún lividinoso estímulo del ardor carnal, con grande tranquilidad del alma y del cuerpo, sin corrupción alguna de la integridad, conociera carnalmente el marido á la mujer. Pues no porque no se puede probar por experiencia, no debe creerse que cuando aquellas partes del cuerpo no las moviera el calor turbulento, sino la voluntad espontánea, dejaria de usarlas como fuera menester; no por eso, repito, no debe créerse que pudo entonces acomodarse en el útero de la esposa, salva la integridad del vaso de la mujer, el semen del varon, como puede ahora, salva dicha integridad, salir del útero de la doncella el flujo menstruo de la sangre, pues por el mismo camino podía entrar lo uno que salir lo otro. Porque así como para parir relajara y abriera las entrañas de la mujer, no el gemido del dolor, sino el impulso de la madurez y sazón del parto, así para concebir y dejar en cinta juntaría ambas naturalezas, no el apetito voluptuoso, aino el uso voluntario. Hablamos de cosas que ahora son vergonzosas, y por eso aunque conjeturamos como podemos la manera que pudieran ser antes de que nos diera verguenza, con todo, es necesario que refrenemos nuestra disputa con el pudor que nos revoca y retira, que no que la alentemos y ayudemos con nuestra escasa elocuencia. Porque como lo que digo no lo experimentaron ni aun los mismos que lo pudieran experimentar (porque como se anticipó el pecado, merecieron que los desterrasen del Paraíso antes de que se uniesen con voluntad tranquila á la obra de la generación) ¿cómo ahora que referimos estas cosas ha de ocurrir al sentido humano sino la experiencia del turbado y torpe apetito, y no la conjetura de aquella voluntad quieta y plácida? De aquí que el rubor contenga nuestra lengua, aunque no le falten razones al discur-