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La ciudad de Dios

M tenían entre sí ambición, como los otros, por las cosas terrenas; ni en esto tuvo envidia el uno del otro, temiendo el que mató al otro que au señorío se disminuyese, pues ambos reinaran y fueran señores.

Abel no pretendía señorío en la ciudad que fundaba su hermano, y éste le mató por la diabólica envidia que apasiona á los malos contra los buenos, no por otra causa sino porque son buenos y ellos malos, mediante á que de ningún modo se atenúa la posesión de la bondad porque con su poseedor concurra ó permanezca también otro en ella, antes la posesión de la bondad viene á ser tanto más anchurosa cuanto es más concorde el amor individual de los que la poseen. En efecto; no podrá disfrutar esta posesión el que no quiere que comúnmente todos gocen de ella, y tanto más amplia y extensa la hallará cuanto más ampliamente amare y deseare en ella compañía, así que lo que acon—teció entre Remo y Rómulo nos manifiesta cómo se desune y divide contra sí misma la ciudad terrena; y lo que sucedió entre Caín y Abel nos hizo ver la enemistad que hay entre las mismas dos ciudades, entre la de Dios y la de los hombres. Sostienen entre sí guerra los malos con los malos, y asimismo debaten entre sí los buenos y los malos, pero los buenos con los buenos, si son perfectos, no pueden traer guerra entre sí. Pero los proficientes, los que van aprovechando y no son aun perfectos, pueden también pelear entre sí, como un hombre puede no estar de acuerdo consigo mismo; porque aun en un mismo hombre «la carne desea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne» (1); así que la concupiscencia espiritual puede pelear contra la carnal como pelean entre sí los buenos y los malos, ó á lo (1) San Pablo, ep. á los Galat., cap. V. Caro concupiscit adversus spiritum, et spiritus adversus carnem.