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La ciudad de Dios

Viendo, pues, Cain que había mirado Dios al sacrificio de su hermano, y no al suyo, sin duda debía, mudándose, imitar á su virtuoso hermano, y no, ensoberbeciéndose, envidiarle; mas por cuanto se entristeció y decayó su rostro, le reprende principalmente Dios el pecado de la tristeza del bien ajeno, y más del bien de un hermano, porque, reprendiéndole severamente, le preguntó díciendo: «¿por qué motivo te has entristecido y por qué se ha caído tu rostro?»» Tenía envidia Caín de su hermano, y esto lo veía Dios y esto era lo que reprendía; pues los hombres que no ven el corazón de su prójimo, bien pudieran dudar y estar inciertos de si aquella tristeza era por el dolor que tenía de su propia malignidad, cuando vió que había desagradado á Dios, ó si era por la bondad con que su hermano agradó & Dios cuando éste miró su sacrificio. Pero dando razón Dios por qué no quiso aceptar su oblación para que antes él se desagradase y se ofendiese de si propio con razón, que sin razón de su hermano, siendo él injusto porque no repartía rectamente, esto es, no vivía bien, y siendo indigno de que le aceptasen su sacrificio, demuestra y enseña cuán más injuato era en aborrecer sin motivo á su justo hermano. No por eso deja Dios de darle un consejo santo, justo y bueno: «sosiégate, dice, porque á ti se convertirá, más tú serás señor de él». ¿Halo de ser acaso de su hermano? En manera alguna. ¿Pues de quién sino del pecado? Porque había dicho: «¿No ves que has caído en pecado?» Y añade después: «sosiégate, porque á ti se convertirá, y tú serás señor de él».

Puede entenderse también que la conversión del pecado debe ser al propio hombre, para que sepa que no lo debe atribuir á otro alguno cuando peca, sino á sí propio; porque esta es una medicina saludable de la penitencia, y una petición del perdón, no poco conveniente que donde dice: «porque á ti su conversión de él,