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La ciudad de Dios

tal cuerpo, de manera que obedezcas á sus malos deseos y sugestiones, ni les des fuerzas y armas haciendo á tus miembros instrumentos de maldad»; porque á tí será su conversión cuando no le ayudares dándole rienda, sino cuando le refrenares sosegándote, y tú serás señor de él, para que, no dejándole salir con su intento en lo exterior, se acostumbre y habitúe también en lo interior á no moverse, estando bajo la potestad y gobierno del espíritu, que quiere lo bueno. Muy semejante á esto es lo que leemos en el mismo libro del Génesis de la mujer, cuando después del pecado, examinando y conociendo Dios de su causa, oyeron las sentencias de su condenación, el demonio en la serpiente, y en sus personas Adán y Eva, porque habiéndole dicho á ella (1) «sin duda que he de multiplicar tus tristezas y dolores, y con ellos parirás tus hijos». Después añadió (2): «y á tu marido será tu conversión, y él será señor de ti»: Lo mismo que dijo á Caín del pecado, ó de la viciosa concupiscencia y apetito de la carne, dice en este lugar de la mujer pecadora, de donde debemos entender que el varón, en el gobierno de su mujer se debe haber como el espíritu en el gobierno de su carne, y por eso dice el apóstol (3): «que el que aina á su mujer á sí propio se ama, porque jamás hubo quien aborreciese su carne». Estas cosas se deben curar y sanar como propias, y no condenarlas como extrañas; pero Cain, como prevaricador, entendió el mandamiento de Dios, porcatum in tuo mortali corpore, ad obediendum desideriis ejus, nec exhibeas membra tua iniquitatis arma peccato.

(1) Génesis, cap. III. Multiplicane multiplicabo tristitias tuas, et gemitum tuum, et in tristiis paries filius.

(2) Génesis, osp. III, Et ad virum tuum eonversio tua, et ipse dominabitur tui.

(8) San Pablo, ep. á los, Ephes., cap. V. Qui diligit exorem suam, se ipsum diligit: nemo enim unquam carnem suam odio habuit.

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