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La ciudad de Dios

sistencia, y no parece que se ejecutó por acaso, sino de industria. Así que aquella diferencia de números que hay en los libros griegos, latinos y hebreos, donde no se halla esta conveniencia continuada por tantas generaciones de los cien años, añadidos primero y después quitados, se debe atribuir, no á la malicia de los judíos ni á la diligencia exacta ó prudencia de los setenta intérpretes, sino al error del amanuense, que primeramente comenzó á copiar el libro de la librería del dicho rey; porque aun ahora, donde los números no nos llevan con atención á algún objeto que fácilmente pueda entenderse, ó que parezca que nos importa el saberlo, se escriben con descuido, y con más negligencia se corrigen y enmiendan: ¿Quién ha de entender, por ejemplo, que le interesa saber cuántos millares de hombres tuvieron cada una de las tribus de Israel? Porque se entiende que nada importa. ¿Y cuántos hay que adviertan la profundidad de esta importancia? Pero aquí, donde por tantas generaciones que se ponen lista, en una parte se hallan cien años y en otra faltan, y después de nacido el hijo que se había de contar faltan donde los hubo y los hay donde faltaron, para que venga á con cordar la suma; parece que con ello se ha querido persuadir al que hizo la objeción de que vivieron los antiguos tan gran número de años porque los tenían brevisimos, procurando probar y demostrar que la edad no era madura é idónea para engendrar hijos, si por cada cien años debieran entenderse diez de los nuestros, para que los incrédulos no dejasen de creer que habían vivido los hombres tanto tiempo, añadió ciento donde no halló la edad idónea para procrear hijos, y esos mismos los volvió á quitar después de engendrados, á fin de que conviniese y concordase la suma; porque de tal manera quiso bacer creíbles las conveniencias de las edades aptas para engendrar, que no defraudase á to-