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La ciudad de Dios

bién delante de mi Padre, que está en los cieloss; y en otra parte: «el que perdiere por mí su vida, ese la hallará»; y por eso dice el real profeta (1): «que es preciosa en los ojos del Señor la muerte de los santos». ¿Pues qué objeto más precioso y estimable que la muerte, por la que consigue el hombre que se le perdonen todos sus pecados y se le acrecienten más colmadamente los merecimientos? Porque no participan de un mérito tan relevante los que, no pudiendo diferir la muerte, se bautizaron y pasaron de esta vida remitidos todos sus pecados, como le gozan los que, pudiendo dilatar la muerte, no la difirieron, porque más quisieron confesando á Je.sucristo acabar esta vida mortal, que, negándole, conseguir su bautismo; lo cual seguramente si lo practicaran, también se les perdonara en aquel admirable lavatorio el pecado con que, por el temor de la muerte, negaron á Jesucristo; mediante á que en el mismo lavatorio se les perdonó igualmente aquel tan enormen crimen á los que crucificaron á Jesucristo. ¿Pero cómo, sinó con la abundancia de la gracia de aquel soberano espíritu, que donde quiere inspira, pudieran amar tanto al Salvador, que en peligro tan inminente de la vida, pudiendo, con negarle, alcanzar el perdón, no quísieran hacerlo? Así que la preciosa muerte de los santos (á quienes adelantadamente con tanta gracia se les comunicó y pagó la muerte de Jesucristo, que para alcanzarle y gozar de él no dudaron emplear y dar voluntariamente su vida), demostró bien llanamente que lo que antes estaba puesto para castigo del que pecaae, se había ya convertido en instrumento de donde naciese al hombre más copioso y abundante el fruto de la justicia. Así, pues, la muerte no debe parecer bueP (1) Salmo 115. Pretiosa in conspectu Domini mars Sanctorum ejus.