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San Agustín

se citan tantos hijos suyos que llegan al número undécimo, con el que se significa el pecado. Nombra la Escritura tres hijos y una hija, y por lo respectivo á las hembras con quienes estuvieron casados, pueden significar otra cosa de que ahora no nos ocupamos, por tratar sólo de las genealogías, pero no se menciona de quiénés fueron hijas. Como la ley se nos presenta con el número denarío, por lo que es tan famoso y memorable el Decálogo, sin duda el número undécimo, porque excede al décimo, nos significa la transgresión de la ley, y por esto el pecado. De aquí dimana que al Tabernáculo del testimonio, que cuando viajaba el pueblo de Dios era como un templo portátil, mandó Dios que se hiciesen once velos cilicinos, esto es, hechos de pelos de cabras y camellos, porque en el cilicio está la memoria y recuerdo de los pecados por los cabritos que han de estar á la siniestra; y confesando esta verdad nos postramos en el cilicio, como diciendo lo que expresa el real Profeta (1): ««mi pecado está siempre delante de mis ojos». Así pues, la estirpe que desciende desde Adan por el perverso Caín concluye con el número undécimo, en que se significa el pecado, y el mismo número fenece en mujer en quien tuvo su principio el pecado, por el que morimos todos. Y sucedió que prosiguiese también la sensualidad que resiste al espíritu, porque hasta la misma hija de Lamech, Noema, quiere decir deleite.

Per desde Adan por Seth hasta Noé, se nos insinúa y recomienda el denario, número legítimo, al cual se le añaden tres hijos de Noé. Y habiendo caído y errado el uno, bendice el padre á los dos para que, desechado el réprobo y añadidos los hijos buenos y aceptables al número, se nos presente el número duodenario, el cual igualmente es insigne por el número de los patriarcas (1) Salmo. 50, Peccatum meum ante ma est semper.