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La ciudad de Dios

no y sempiterno, así como desamparando la justicia aman también los codiciosos el oro sin culpa o pecado del oro, sino por culpa del hombre, y lo mismo sucede en todas las criaturas, porque como son buenas pueden ser bien y mal amadas; es, á saber, bien, guardando el orden, y mal perturbando el orden, lo cual en estos versos, breve y concisamente, dijo un sabio en elogio del Criador: Huc tua, sunt, bona sunt, quia tu bonus ista creasti.

Nihil nostrum est in eis, nisi quod peccamus amantes, Ordine neglecto, pro te, quod conditur abs te.

. .Esto es: «Estas cosas tuyas son, y son buenas; porque tú que eres bueno las críaate; no hay cosa nuestra en ellas, sino que pecamos, amando sin orden, en tu lugar, á la criatura.» Pero el Criador, si verdaderamen te es amado, esto es, si se le ama á él mismo y no á otra cosa en su lugar que no sea él, no se puede amar mal, porque hasta el mismo amor debe ser amado ordenadamente con aquel tributo con que se ama bien lo que debe amarse, para que haya en nosotros la virtud con que se vive bien; por lo cual soy de dictámen que la definición compendiosa y verdadera de la virtud es un orden de amar ó amor ordenado. así en los Cantares canta la Esposa de Jesucristo que es la Ciudad de Dios, y pide (1) «que ordene en ella el amor».

Trastornando, pues, y turbando el orden de este amor y caridad, despreciaron los hijos de Dios á Dios, y amaron á las hijas de los hombres, con cuyos dos nombres bastante se distingue y conoce una y otra ciudad; pues tampoco aquellos naturalmente dejaban de ser hijos de los hombres, sino que habían comenzado á tener otro nombre por la gracia; porque hasta en la .

(1) Cantic. cap. II. Ordinate in me charitatem.