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La ciudad de Dios

valgo llama incubos, han sido repetidas veces traviesos con las mujeres, y que las han pretendido y conocido carnalmente; y que ciertos demonios á quienes los galos llaman Dusios, procuran y efectivamente cumplen en ellas la cópula carnal. Porque lo afirman tantos y tan graves escritores que negarlo parece desatino ó arrogancia, no me atrevo á determinar aquí inconsiderada y temerariamente sobre si algunos espíritus de cuerpos aéreos (porque este elemento cuando se mueve con un bieldo ó aventador se deja sentir con el sentido y tacto del cuerpo) pueden padecer esta torpeza, de manera que, como les es posible, se mezclen sensiblemente con las mujeres; pero que los santos ángeles de Dios pudiesen caer en este enorme crimen en aquel tiempo, no lo puedo creer, ni que de éstos habló el apóstol San Pedro, cuando dijo (1): «Dios no perdonó á sus ángeles cuando pecaron, si no que dió con ellos en las prisiones caliginosas ó tenebrosas del infierno para castigarlos y reservarlos para el juicio final, sino que habló de aquellos que, apostatando y dejando á Dios, cayeron al principio con el demonio, su caudillo y príncipe, que fué quien de envidia, con cautela y fraude serpentina engañó al primer hombre.

Y que los hombres de Dios se llamaron también ángeles, la misma Sagrada Escritura claramente lo testifica; pues aun de San Juan dice: Ecce mitto angelum meum ante faciem tuam, qni præparabit viam tuam, «yo enviaré mi ángel delante de ti, el cual dispondrá tu camino»; y el profeta Malachías por cierta gracia propia, esto es, por la que á el propiamente se le comunicó, se dijo y llamó ángel.

Pero lo que hace dudar á algunos es, que de los (1) San Pedro Cap. II. Si enim Deus angelis peccantibus non pepercit, sed carceribus caliginis inferi retrudens tradidit, in judicio puniendos reservari.

Tomo III.
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