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La ciudad de Dios

es, la vida que les he dado, en estos hombres para siempre, porque son carnales y serán sus días ciento y veinte años. En aquellos días había gigantes en la tierra, y después de esto, entrando ó mezclándose los hijos de Dios con las hijas de los hombres, engendraron para sí hijos: estos fueron los gigantes, hombres tan famosos y celebrados desde el principio del mundo». Estas palabras del sagrado texto, bien claro nos manifiestan que ya en aquellos tiempos había habido gigantes en la tierra cuando los hijos de Dios se casaron con las hijas de los hombres, amándolas porque eran buenas, esto es, hermosas, pues acostumbra la Sagrada Escritura llamar buenos también á los hermosos en el cuerpo.

Pero después que acaeció esta novedad, nacieron asimismo gigantes, pues dice asf: «En aquellos días había gigantes sobre la tierra, y después de esto, mezclándose los hijos de Dios con las hijas de los hombres, etc»».

Luego los hubo ya antes en aquellos días y después de ellos. Y lo que dice y engendraban para sí hijos», bastantemente da a entender que antes de caer en aquella flaqueza los hijos de Dios egendraban hijos para Dios, no para sí; esto es, no dominando en ellos el apetito de la torpeza, sino sirviendo al cargo de la generación y propagación; no familia para su fausto y soberbia, sino para que fuesen ciudadanos de la Ciudad de Dios, y asimismo para anunciarles como ángeles de Dios (1) «que pusiesen en Dios su esperanza», imitando á aquel que nació de Seth, hijo de resurrección, y que esperó invocar el nombre del Señor Dios, á efecto de que con esta esperanza fuesen coherederos con sus descendientes y sucesores de los bienes eternos, y, debajo de un Dios Padre, hermano de sus hijos. Pero no se debe entender que de tal manera fueron ángeles de Dios, que (1) Salmo 77. Ut ponerent in Deo apem suam.