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La ciudad de Dios

CAPÍTULO XXVI

Que el arca que mandó hacer Dios á Noé, en todo significa á Cristo y á su Iglesia.


El ordenar expresamente Dios á Noé, hombre justo, y como dice la verdadera Escritura, entre todos los de su tiempo el más perfecto (aunque no como lo han de llegar á ser los ciudadanos de la Ciudad de Dios en aquel estado de inmortalidad en el que se igualarán con los ángeles de Dios, sino como puede haber perfectos en esta peregrinación en la tierra) que construyese una arca para salvarse de la inundación del Diluvio con los suyos, esto es, con su mujer, hijos, nueras y los animales que por orden de Dios entraron con él en el arca, es, sin duda, una figura representativa de la Ciudad de Dios que peregrina en este siglo, esto es, de la Iglesia que se va salvando, y llega al puerto deseado por el leño en que estuvo suspenso el Mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús; porque aun las mismas medidas y el tamaño de su longitud, altura y latitud significan el cuerpo humano, con el cual real y verdaderamente, según estaba profetizado, había de venir y vino, mediante á que la longitud de un cuerpo humano, desde la cabeza hasta los pies, tiene seis veces más que la latitud, que es la que se toma de un lado á otro, y diez veces más que la altura, cuya medida se toma en el lado, desde las espaldas al vientre, como sí midiésemos un hombre tendido boca arriba ó boca abajo, tiene de largo desde la cabeza hasta los pies seis tantos más que el lado desde la siniestra á la diestra, ó de la diestra á la siniestra, y diez tantos cuanto tiene de altura de la tierra. Así se hizo el arca de trescientos codos de largo, cincuenta de ancho y treinta de alto. Y el